Hno. Edmundo Frías Llanos
El Señor de los Milagros, amo y señor del color de la penitencia, símbolo de una legendaria devoción, propiciador de la más imponente manifestación de fe en el mundo, su paso provoca en el fiel acompañante, una emoción muy profunda que lo invade con un sentimiento sedante y religioso. Esencia de sahumerio cristiano, aroma que te ubica en la gloria de tu procesión, con voces de cánticos y de plegarias de indulgencia.
¿Pero que te pide el Señor? él solo quiere de ti, que lo acompañes y lo veas conscientemente. Medita, cuando lo veas y lo acompañes, sus palabras, ese testamento suyo, nuestro evangelio, que tanto estremece de piedad y de amor, vívelo intensamente. No dejes desvanecerse al mes de octubre sin pedir mucho al Señor de los Milagros, pero, sobre todo debes pedir como aquel buen hombre del evangelio “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Fe para los que creen, porque sin la fe es posible agradar a Dios, y sin ella, nadie, sea el que fuere, se podrá salvar. Fe para los que creen, pero con una fe vacilante y poco consecuente, a fin de que se haga robusta y práctica. Fe para los que creen bien y con seguridad, a fin de que no dejen de creer y siempre obren según esa fe cristiana.
Este amor, que ahora sentimos por el Señor de los Milagros, no se extinga al finalizar el mes de octubre, sino, por el contrario, debe ser el fruto más generoso del cambio, de una vida mejor, evitando el mal en todas sus formas y amando el bien. Jesús así lo quiere, sabemos que es la misma bondad y misericordia, no desea jamás a los míseros pecadores, que a sus pies se postran, para mirar con ojos ciegos, por el vicio del pecado y nublados por el llanto, los ojos purísimos de Cristo Jesús.
“Estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”- Con esta frase, León XIV tendió un puente entre la identidad cristiana y el respeto a la diversidad humana, reconociendo que el Evangelio no borra las culturas, sino que las dignifica.
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